Caperucita roja
Escrito por: Leydi Karolina
Miranda
Sólo me
dedicaba a observarla, tenía una de esas sonrisas cautivadoras que se traducen
en peligro y perversión, además, era dueña de unas piernas largas y de unos
ojos negros profundos que donde dirigía su mirada, hechizaba.
A Caperucita
le gustaba pasearse frente a mi casa, a unas pocas de la suya, pues cerca había
un bosque. Ella solía salir con un vestido corto que le tapaba sólo lo suficiente,
encima se ponía una gabardina roja junto a unas boticas que hacían juego, de
ahí su sobrenombre de Caperucita roja.
Todos los
jovenzuelos de la cuadra babeaban por ella, desde los más chicos hasta los
viejos verdes y mugrientos, no había nadie exento de su encanto. Yo me
encontraba dentro de ese grupo, era tal vez ocho años mayor que ella, pero
nunca me considere tan viejo como para no soñar con tenerla.
Algunas veces
me saludaba con un besito en la barba, dejaba todo el frescor de la menta
quemando mi mejilla y alrededor de mí, una nube con olor a fresas y flores
silvestre que inundaban mi nariz.
No tenía la
menor idea si era su tipo, si me consideraba atractivo o por el contrario era
uno más en la lista de los pretendientes ineptos. Y aunque yo, saliendo de mi
juventud poseía vitalidad, energía y podría tener a cualquiera, deseaba
locamente a caperucita.
Su abuela
vivía no muy lejos de la cuadra, cruzando el bosque y siguiendo el sendero
copado de hojas secas, marchitadas por el sol, y que por la noche guardaba un
olor a miseria.
Ese día me
encontraba pensando, recostado contra el tronco de un árbol, cuando vi a lo
lejos a Caperucita despidiéndose de su madre y caminando bosque adentro por el
sendero, ágilmente la seguí hasta un lugar un poco más retirado de la
carretera. En mi mente me repetía- idiota, idiota, eres un tonto- no sabía cómo acercarme, ella con su
presencia hacia que me temblaran las piernas como gelatina, que no supiera que
decir y que pareciese un niño gay y miedoso, balbuceando.
Aún no me
decidía, si simplemente decir algo o regresar por donde había venido, pero como
ella me vuelve tan torpe y estaba tan encimado en mis pensamientos no vi la
piedra ni lo cerca que iba de su cuerpo, solo pude fijarme cuando había caído y
a mi paso había arrastrado a Caperucita hasta el piso. A las milésimas de haber caído, con mi cuerpo
encima, Caperucita se volteo y frente a mi pude tener su boca rojita, y sus
grandes ojos, solo me miraba, pero podía sentir su corazón palpitando a toda
máquina chocando contra mi pecho… sé que el mío estaría igual o peor.
No sé si fue
la brisa fresca la que me dio fuerzas o tal vez la cercanía, pero baje mi boca y
la pegue contra la suya, solo la tocaba y ella se dejaba, hasta que jalándome
del cuello de mi camiseta comenzó a mover frenéticamente su boca quitándome el
aliento, yo solo me limite a someterla con el peso de mi cuerpo.
Nos volvimos
locos encima de la tierra de ese suelo seco y por primera vez ella había sido mía.
Cuando todo
fue silencio, me empujo bruscamente quitándome de encima y luego tomo su ropa
para cambiarse, me senté y solo atiné a preguntarle sobre que pasaba, me
respondió que sabía lo que yo quería. Mientras terminaba de ponerse su última
bota, dispuesta a dejarme solo, vi una canasta llena de tortas y vino, abrí mi
boca con celos nerviosos y pregunté para quien era, me dijo que eran para su
abuela, no quería dejarla, así que me ofrecí acompañarla.
Una vez
llegamos a donde su abuela intento despedirse pero yo no lo quise, a
regañadientes me invito a pasar. Cuando estuvimos adentro vi a su abuela, un
poco pasada de años, de peso, de enfermedades, aunque todavía guardaba su
carisma. No tenía idea de lo perversa que podía ser Caperucita, hasta que muy
dulcemente me dijo le diera una noche feliz a su abuela, me convenció
diciéndome que ella se lo había pedido y termino de someterme cuando dijo que, si
tanto la deseaba que por favor estuviera con su abuela mientras ella iba por
café y queso, me sentí como un trapito sucio, pero termine por acceder. Y así
lo hice, espere que saliera y me acerque a la cama de su abuela, desnudo, y
cuando esta me vio empezó a gritar, no sabía que ocurría, hasta que unos
hombres vestidos de policía me levantaron y me acusaron de violación, mi cabeza
no hacía más que girar, girar y tratar de explotar.
Me trasladaron
a una estación donde pase la noche. Al día siguiente me llamaron a través de
las percudidas rejas: ¡hey lobo! ¡levántate flojo! ¡lobo!, te buscan, es una de
tus víctimas y quiere hablar contigo. Arrastrando mis pies llegue a un salón
pequeño que tenía un olor desagradable, y ahí estaba Caperucita esperándome, le
pregunte sobre qué había pasado, no me respondía, luego solo me miro y soltó
una carcajada que sonó en toda la instancia, se levantó, me dio un beso en la
mejilla de esos que solía darme y por ultimo me susurro tranquilamente: tenía
ganas de travesuras, te iras a la cárcel por mirarme como lo hacías y por
acecharme en el bosque mientras caminaba, paladeo con su lengua un ruidito
extraño y se marchó.
Me
sentenciaron a muerte luego de mi primer juicio, no hubo pruebas para demostrar
mi inocencia. Hoy es mi último día y solo tengo para decir: muerte a Caperucita.
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