CAPERUCITA
ROJA
Por: Emma
Santana Muñoz
“Las vueltas que da la vida”, pensaba
Caperucita Roja, mientras conducía su casi destartalada moto Quymco, en medio
de una calle revestida de piedras menuditas, que hacía que su capa se le cayera
tantas veces, que estaba a punto de mandarla pa´l carajo…Su mamá que en otros
tiempos la cantaleteaba mañana, tarde y noche, con eso de los peligros de la
calle, ahora como formaba parte de la mesa de negociación del conflicto armado,
la obligó a tomar un curso acelerado de “Resolución de Conflictos, una
Estrategia para lograr la paz” y con 120 horas que duró el dichoso
entrenamiento, ella iba ahora para esa zona más caliente que una papa rellena
recién salido del sartén, a “dialogar” con el “lobo” alias “el reinsertado”, para
que se decidiera a dejar de secuestrar abuelas para luego intercambiarlas como
“gesto humanitario”, a cambio que lo dejaran sembrar marihuana y comercializar
coca con fines terapéuticos.
¿Quién lo iba a decir? Sí, ese mismo lobo que
siendo ella una niña, la engañó en un cruce denominado El Bongo, le brindó
chicha, arepa de huevo, butifarra, carimañola, buñuelitos de maíz, diabolín… y
ya cuando la tenía bien harta, le dio burundanga en una gaseosa bien fría,
dejándola más perdida que el hijo de Limber y sin abuela. Y es que esos grupos
armados desistieron de llevarse mujeres jóvenes porque tenían que gastar mucho
dinero en toallas higiénicas, por lo que optaron por mujeres ancianas que
hubieran superado la menopausia y que aceptaban pasar el encierro tan sólo con
un rosario entre las manos sin dar tanto quehacer.
Pues bien, ahí iba Caperucita Roja, ya hecha
una mujer, valiente, con iniciativa, -decía su mamá- camino a hacer historia
para que ese lobo fijara fecha de entrega de las abuelas y se acabara la espera
de tantas familias que no podían celebrar el día de la madre plenamente
felices, por la falta de ese miembro tan especial. Mientras conducía repasaba
cada palabra: cómo ser asertiva, que la expresión corporal, que cómo sostener
la mirada, que no debía emitir juicios… y en eso estaba cuando apareció “el
lobo”, vestido de verde hasta en los ojos, de voz fuerte y varonil, hablaba y
todos se ponían firmes, no pudo negar Caperucita que la impresionó. Al fondo,
detrás de un enmallado estaban las abuelitas tejiendo, rezando, bordando, se
preparaban para tomar colada de avena y galletas de sal… vestían mantas
guajiras y luego se supo que no usaban pantaletas para ahorrar agua, orinaban
de pie las que podían pararse y las que no, en sus taburetes tenían un agujero
grande, de acuerdo a sus posaderas y ahí orinaban y defecaban sin mayores
contratiempos.
Pasó un día, luego dos, tres y así
sucesivamente. Un día que ya no recuerda ni el Gobierno del Presidente Santini,
amaneció enferma Caperucita Roja, sufría un mal que se llamaba “El Síndrome de
Estocolmo”, donde el colmo de tan loable negociación fue que Caperucita Roja
armó un Club de la Tercera Edad y decidió quedarse con el lobo para
administrarlo, a la espera de que el gobierno los reinsertara a todos como una gran
familia y juntos impulsar la microempresa de las drogas terapéuticas sin ánimo
de lucro…y donde todos fueran felices y comieran perdices. La mamá de
Caperucita de vez en cuando sale por televisión con un suéter blanco que dice:
“Las queremos libres”, Caperucita Roja, la abuela y el lobo, sonríen y se
guiñan el ojo como cómplices en concierto para delinquir… ¿Libres? –Qué estará
pensando la suegra, dice el lobo-, -acá te esperó suegrita, mientras abraza a
Caperucita, a la que veo mal es a usted, mire no más… pensando que queremos
irnos…venga pues y hablemos y aumentemos el negocio familiar-. Es que allá en
la ciudad, la inseguridad sí que es muy grande y difícil de manejar.
Aquí en el bosque del despeje todo marcha
sobre ruedas… en las mismas que llegó Caperucita Roja a dialogar.
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